Los últimos años han visto proliferar en nuestras ciudades, organizaciones e instituciones la celebración de diversos tipos de simulacros, fruto de una creciente percepción de amenaza derivada en buena medida del nuevo modelo de terrorismo del que los países occidentales, incluyendo España, ha sido testigo. Un denominador común a estos ataques es que todos han tenido lugar en lo que se denominan “objetivos blandos”, aquellos lugares caracterizados por un elevado número de víctimas potenciales con una limitada percepción de la amenaza y bajas medidas de seguridad, en muchos casos debido a la actividad o actividades que se desarrollan en esa ubicación.
Del mismo modo, en todo este tipo de objetivos o ubicaciones encontramos algunos elementos comunes más. En caso de producirse un incidente de seguridad de las características de un incidente con múltiples víctimas intencionado –como es un incidente armado, independientemente del modus operandi–, la cadena asistencial activada necesariamente va a comportar un amplio despliegue de medios y de agencias implicadas en la respuesta. A mayor complejidad del incidente en términos de víctimas, daños, destrucción, etcétera, mayor complejidad se requerirá en la respuesta.
Coordinación y casuística
El análisis de la casuística representada por incidentes armados como el de Charles Whitman, en los años sesenta, el tremendamente mediático Columbine, en los noventa, el Century Theatre en Aurora, en 2012, e incluso los ataques –de diversa naturaleza– de la Sala Bataclan o de Las Vegas, remarca el problema que representa la convergencia de fuerzas, su coordinación o el problemático establecimiento de un puesto de mando y control avanzado en tiempo real.
Ron Borsch define el “cronómetro de la muerte” como el tiempo transcurrido entre víctima y víctima durante un mismo incidente activo: las estadísticas muestran que no se mata más, pero sí se mata más rápido. Si extrapolamos esta variable a un entorno donde ya se presupone una alta concentración de víctimas potenciales, como son los casos del Century Theatre, la Sala Bataclan o el festival Route 91 de Las Vegas, las cifras prospectivas de víctimas se elevan todavía más, bien por el espacio confinado o bien por la ventaja táctica que supone disparar desde una posición elevada. Por ello, y de forma todavía más relevante durante eventos de masas como los mencionados, el intervalo de tiempo desde la notificación a los primeros intervinientes hasta su despliegue para neutralizar la amenaza resulta vital para detener el incremento del número de víctimas.
Del mismo modo, la coordinación entre intervinientes policiales y sanitarios resulta clave a la hora de minimizar el número final de víctimas mortales. Columbine puso de manifiesto que la intervención policial clásica de aislar la amenaza y no permitir el acceso a los servicios de emergencia hasta que ésta fuese neutralizada podía redundar en la muerte por falta de asistencia de algunas víctimas con determinadas lesiones como hemorragias masivas exanguinantes. Por ejemplo, el tiroteo del Century Theatre dejó al descubierto problemas a priori nimios como el control del tráfico, porque los servicios de emergencia no podían acceder a las víctimas por la multitud de vehículos policiales aglutinados en el aparcamiento para neutralizar la amenaza, ralentizando así la evacuación.
Finalmente, la asignación de recursos, que tradicionalmente tendía a la sobreconvergencia de intervinientes en el lugar del incidente, a la luz de casos como Bombay o París, puede derivar en situaciones de retraso también en la respuesta al desplazar efectivos de forma concentrada a un lugar donde se está produciendo un incidente, cuando es posible que exista un objetivo secundario con todavía mayor proporción de víctimas potenciales (piénsese en el Estadio de Francia y la Sala Bataclan). En este sentido, la aparición de doctrinas como IARD (Immediate Action/Rapid Deployment) o MACTAC (Multiple Assault Counter-Terrorist Actions and Capabilities), que buscan la integración en la misma cadena de respuesta, adaptando capacidades, equipamiento y formación desde el patrullero a los equipos de intervención, e incluyen capacidades de nexo entre intervinientes policiales y sanitarios, como son las distintas configuraciones de equipos de rescate, resultan de extremo interés y significan un paso más de cara a proporcionar respuestas integradas, más ágiles y efectivas.
Sin embargo, el problema del tiempo persiste: en un entorno con una alta densidad de víctimas potenciales, donde la media de duración de un incidente armado oscila entre los cinco y los 15 minutos según las estadísticas, confiar en el paradigma clásico de aislar-contener-esperar a los equipos tácticos y, una vez neutralizada la amenaza, autorizar el acceso sanitario es una receta para incrementar el número de víctimas. Sensu contrario, confiar en que las distintas piezas (agencias de intervinientes) operen de forma autónoma y coordinada sin más es, simplemente, utópico.
Generar coordinación
Derivado de este contexto, la praxis apunta de forma clara a la necesidad de desarrollar mecanismos sistemáticos que permitan contar con un marco pre-establecido de actuación, capaz de reducir el intervalo de respuesta, agilizar el inicio de la intervención por parte de los diversos intervinientes a un incidente y adelantar la asistencia a las víctimas. En este sentido, dejando aparte mecanismos procesales e institucionales, el desarrollo de simulacros como acción de mejora se perfila como una de las principales herramientas.
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