Fernando Cocho
Fernando Cocho Experto en Inteligencia Ministerio de Educación y Ciencia

Inteligencia del siglo XXI: disrupción y valoración de intangibles

Cerebro

La inteligencia, con sus herramientas metodológicas y sus analistas, poco a poco va perdiendo su “misticismo”. Y como no puede ser de otra manera, va penetrando en la sociedad, vía cultura de seguridad y defensa, vía inteligencia empresarial o vía de lo que se denomina “comunidad ampliada de inteligencia”.

No vamos a glosar cada unos de los términos, no solo porque ya muchos de ustedes los conocen de primera mano, sino porque ya están muy manidos y, sobre todo, son conceptos ya más propios de académicos que de los que hacen inteligencia.

Como tantas veces en esta España nuestra, nos saltamos pasos y épocas, para, de forma quijotesca y a veces solo voluntariosa, intentar suplir los tiempos perdidos; así como la ausencia, real, de sólida formación reglada en inteligencia, de prestigio e incontestable practicidad en el mundo civil y de la empresa privada. No obstante, no solo están llamadas las grandes a hacer inteligencia, pues sin la incorporación de pequeñas y medianas empresas y sectores diversos se convierte en un mantra de “éxito” reservado para aquellos que pueden pagarlo. Otros lo hicieron hace ya un siglo y ahora nos venden sus “logros”.

Inteligencia no es cuestión de dinero

La inteligencia no es única ni primariamente una cuestión de dinero, sino de mirar, de comprender cómo se dan los indicadores que me permiten hacer prospectiva, pensar en cómo hacer las cosas y luego, con suerte, tener dinero para comprar esos carísimos programas que prometen hacer maravillas, pero que luego pocos pueden usar.

Aviso a navegantes: ni es oro todo lo que reluce, ni estamos tan mal en capacidades de hacer inteligencia con programas nacionales o sistemas de coste muy reducido. Lo real es que de lo que carecemos es de autoconfianza, de un entorno fértil para la innovación. Pero, sobre todo, y lamento decirlo, adolecemos de visión estratégica de aquellos que nos dirigen o de los que tienen el poder en las empresas para aplicar, al menos, la manera de “ver” de la inteligencia. Cuando queramos haber penetrado en todas las capas empresariales de forma normal y seamos vistos como parte y componente de la estrategia empresarial, ya estaremos obsoletos en métodos, en inercias, en tecnología… Y eso sin hablar de los que, jugando en casa, juegan para beneficio de otros que les pagan por “pegarnos tiros en los pies”.

Ajedrez

 

Innovación disruptiva

El panorama no es alentador a priori, pero muy al contrario estamos en la mejor de las posiciones para hacer lo que mejor se nos da: hacer de la necesidad virtud y con voluntad de sacar de lo imposible lo tangible. Esto es hacer innovación desde el talento y la creatividad; lo que viene siendo innovación disruptiva. Lo cual no es otra cosa que pensar más y mejor, por no decir de forma transversal y sin rangos para hacerlo más rápido, en donde la creatividad sirva de acicate para la mejora, donde la meritocracia se vea en el talento, no en la edad o en la posición.

Una creatividad que no es la que nos venden en los libros de autoayuda y consultoría de bellas corbatas y elocuentes gurús; sino la de la metodología y epistemología que surge de nuestras cabezas, de una estrategia consensuada, en la que las tareas colectivas primen sobre intereses particulares. Allí donde el cerebro “en lo informático y en lo cultural” no nos sea robado por cuestiones económicas y en el que la ética del servicio a la empresa española prime sobre los otros intereses.

La inteligencia del siglo XXI generará sinergias entre sistemas, áreas y empresas a lo largo de la cadena de valor integrada

Así se hizo en su momento en todos los países que son punteros en tecnología, en análisis de inteligencia y, por supuesto, en economía. Nosotros no lo hicimos.

Los motivos quedan para los historiadores. Ahora toca de nuevo hacer un “salto de fe” en nosotros y hacer por una vez, una vez más, lo que se nos da mejor: crear de la nada, usar el pundonor y dejar al lado el ego para asistirnos mutuamente. Hay quien ya lo hace. Se denominan clúster, asociaciones de interés compartido (lobby, si lo prefiere), e incluso algunos se reúnen en “cuadrillas” para llegar a lo individual desde lo común.

“Saltos de fe”

La innovación disruptiva es tan fácil como mirar lo que se tiene, saber lo que nos falta, ser conscientes de nuestras fortalezas y debilidades. Es, como dice un amigo, “un mecano”, en el que con las piezas o cartas que te tocan ver la mejor forma de jugar. Y cuando lo hacemos, lo hacemos muy bien. Pero dura  poco en esta tierra de cainitas que nos dejamos lisonjear por “sirenas extranjeras” que azuzan los rencores y levantan muros. Eso se nos da muy bien cada cierto tiempo: despellejarnos.

La inteligencia del siglo XXI, en el que el entorno es hostil y nos falta dinero, será una inteligencia que de “saltos de fe”, que genere sinergias entre sistemas, áreas y empresas a lo largo de la cadena de valor integrada. La inteligencia disruptiva es aquella del niño que, para sacar un camión atascado en un túnel, no pensó en romperlo, sino en deshinchar un poco las ruedas. Eso lo sabemos hacer muy bien, cuando queremos. Pero es que en el siglo XXI ya no nos queda otra salida si no queremos ser absorbidos y perecer.

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