Tuve la fortuna de asistir a los primeros pasos de la Fundación Borredá, cuando no era más que una idea en la mente de Ana Borredá. Con su prudencia habitual, hacía su ronda de consultas para testar la oportunidad de esta iniciativa y quiso conocer mi opinión, de modo que compartimos su visión de un proyecto que ella diseñaba para ocupar una posición de referencia como dinamizador de la vida intelectual del sector privado de la seguridad.
Por entonces yo era un observador privilegiado de los movimientos, inquietudes y, por qué no decirlo, frustraciones, que afectaban en mayor o menor medida al sector: un marco regulador obsoleto, una endémica falta de confianza desde la Administración, fruto, quizá, de una excesiva supremacía del negocio sobre el servicio en demasiadas ocasiones, junto a la existencia de un ecosistema complejo y con intereses muchas veces encontrados, conformaban un panorama que hablaba a voces de falta de liderazgo.
En este escenario, una institución que supiera acoger todas las ideas respetando los legítimos intereses de cada uno, que pudiera alcanzar elevadas cotas de credibilidad ante el propio sector y ante la Administración, que mantuviera la mente abierta al estudio objetivo de nuevas amenazas y nuevas soluciones y que supiera detectar las debilidades del colectivo para proponer remedios adecua dos desde su propio conocimiento, sería sin duda una excelente noticia, no sólo para el propio sector, sino incluso para la Administración y, en particular, para las Fuerzas de Seguridad, necesitadas de sinergias con el mundo de la seguridad privada.
Naturalmente, di todo mi apoyo al proyecto, tanto personal como profesionalmente. Como jefe que era entonces del Servicio de Protección y Seguridad de la Guardia Civil (SEPROSE), me beneficié ampliamente de los espacios de conocimiento y entendimiento que abrió la Fundación, mejorando la relación con el conjunto del sector y he de decir que las sinergias nacieron facilitando la mutua comprensión entre los universos público y privado.
Y más aún, cuando terminé mi etapa en la Guardia Civil, encontré en esta casa el espacio ideal para aportar mi experiencia en un proyecto que tan bien casaba con los valores que había vivido hasta entonces: rigor, seriedad, solvencia y vocación de servicio al interés general.
Sería deseable que espacios como este permanecieran abiertos para que tantos magníficos profesionales que cesan en sus cometidos por imperativo de la edad, pudieran seguir aportando su experiencia y su conocimiento en beneficio de las nuevas generaciones. El mundo de la Seguridad no debe prescindir de la capacidad de los veteranos para transmitir su experiencia y conocimientos, gestionados desde el clima de tranquilidad que da el retiro, y que les otorga una capacidad de visión a larga distancia que complementa muy bien el ímpetu de la juventud.