Durante los últimos meses, los principales museos del mundo vivieron momentos convulsos al ver acosadas sus colecciones por activistas defensores de causas medioambientales. Ataques planificados, que buscaban relevancia en medios de comunicación y generar debates televisivos y en redes sociales –de expertos poco avezados– que, tras tibias condenas de las agresiones, trataban de justificar la ‘naturaleza ética’ de los vandalismos. Y lo más triste, en ninguno de ellos acertaban a describir el peligro real que se ocultaba tras las ‘performances‘.
Para no variar, tal y como suele suceder en análisis tan poco riguroso, se termina por denostar injustificadamente a los equipos de seguridad de los museos, haciendo recaer todas las culpas sobre ellos. ¡Qué tristeza!
Ataques en museos: ¿qué ha pasado en realidad?
Origen de los hechos:
a) Grupos de activistas, organizados y financiados, tratando de sensibilizar a la sociedad sobre una causa concreta, eligieron piezas icónicas del arte universal para simular ataques destructivos contra estas.
b) Es importante concretar que eran «ataques simulados», ya que la destrucción de la obra de arte elegida podría suponer la criminalización de los activistas participantes en la agresión y generar un rechazo social contra la causa que dicen defender. Por ello, el medio usado como arma agresora debía carecer de poder lesivo ante la protección que la obra ya tenía instalada.
c) Los ataques debían realizarse en diferentes países, en museos de gran prestigio y poder de convocatoria, siguiendo un cronograma de tiempos escalonado, buscando el mayor impacto y presencia en medios.
d) Los ataques y los «discursos motivacionales» coreados por los agresores debían ser grabados por otros miembros del grupo para difundirlos en redes sociales en tiempo real, tratando de escapar de la censura.
e) En cada ataque, existía un reparto de tareas entre los activistas. Tareas que no contemplaban la exfiltración de los agresores, buscando notoriedad y garantizando el éxito de sus objetivos en los medios.
f) El factor sorpresa carecía de relevancia, ya que tras las dos primeras agresiones se esperaban medidas preventivas en los diferentes museos.
g) Imprescindible contar con el apoyo de «grupos de opinión», voceros y defensores de la causa esgrimida por los delincuentes, que harían una explotación del éxito mediante la mayor difusión en medios.
El «apetito de riesgo» de los gestores culturales ha puesto en riesgo la seguridad de las obras de arte
Selección de objetivos:
Para llamar la atención sobre su causa, denigrar a las administraciones gubernamentales y generar un debate abierto y plural, nada mejor que elegir objetivos de interés general, impersonales y apolíticos. ¡Ninguno mejor que las obras de arte!
- Obras de autores universales.
- Con alto valor económico.
- Situadas en museos de referencia mundial.
- En diferentes países de gran tradición cultural.
- Escalonando las agresiones en el tiempo.
Ejercicio de lecciones aprendidas:
Con lo ocurrido, ha quedado en evidencia que el «apetito de riesgo» de los gestores culturales ha puesto en riesgo la seguridad de las obras de arte. Ellos, y solo ellos, son los responsables de lo acontecido, al no dedicar mayor atención y recursos a los equipos de seguridad, haciendo estéril su función y dejando a estos profesionales desarmados ante los riesgos que deben enfrentar.
Estamos ante una evidencia: ¡Las colecciones están desprotegidas! En los museos y centros culturales faltan medios técnicos, medidas organizativas y recursos humanos dedicados a tareas de seguridad.
Los gestores culturales del siglo XXI no pueden confiar la seguridad de las colecciones al civismo y buena educación de los visitantes, a que el elevado número de visitantes en cada sala actúe como factor disuasorio de vándalos, a que las obras maestras sustraídas –si este fuera el caso– no tengan salida en los circuitos internacionales del arte. Tampoco al último recurso: que conservadores y restauradores obren el milagro tras el siniestro.
Todo lo anterior es una quimera, que desaparece con un simple conato de incendio, ante la acción de un demente o la estulticia de un canalla. Tampoco, ante acciones planificadas con esmero para apoderarse de las joyas de un museo.
Las autoridades y los responsables de los museos deben asumir la «responsabilidad in vigilando» que sobre ellos recae y recordar que: «quien es causa de la causa es causa del mal causado».
Medidas correctoras:
La carencia de medios y recursos dedicados a la seguridad en los museos siempre ha sido un clamor. De ello son profundos conocedores todos los actores de la museología, que parecen adormecidos por el «nunca pasa nada».
Para denunciar y tratar de corregir esta situación nació Protecturi. Sus socios fundadores buscan el intercambio de buenas prácticas, la mejora de los conocimientos, la excelencia de los procedimientos, elevar los niveles de seguridad de los museos y centros culturales en sus congresos y encuentros.
En un ejercicio de inteligencia emocional, Protecturi buscó tener influencia ante los actores sociales y servir a las autoridades y la Administración de prescriptores normativos, posicionándose en un debate que pasa por apelar a las emociones y generar conocimiento.
Esta impronta se viene acuñando desde el año 2009, tanto ante la Administración estatal como ante los medios, y que se ve reflejada en logros tangibles de gran calado.
Desde el Ministerio del Interior y la Dirección General de Policía, se recogió el proyecto de Protecturi con respeto, reflejándose en Órdenes Ministeriales, Ley y borrador del Reglamento de Seguridad Privada muchas de las propuestas realizadas. Desde la principal de ellas, la de dar tratamiento a los museos y centros culturales de «sujetos obligados a instalar equipamientos y sistemas de seguridad», hasta la creación obligada de departamentos de seguridad y la contratación de directores de seguridad con conocimientos expertos en la materia.
Protecturi propuso estas medidas en escritos dirigidos al Ministro del Interior, en 2012, y a la Unidad Central de Seguridad Privada, en 2015. Documentos accesibles en fuentes abiertas y que fueron publicados por Seguritecnia.
Igualmente sucedió con el Ministerio de Cultura que, a través de IPCE, incorporó a miembros de Protecturi en la redacción del Plan Nacional de Conservación Preventiva. Este marco normativo está a falta de su publicación e implantación legal, en buena parte por la pandemia y por el impacto económico que conlleva. Pero, ya no debe ni puede aplazarse más.
De no ser así, nos llevará a las lágrimas la acción de los «imitadores» de las performances recientes o la de «dementes», personas sin frenos inhibitorios ni escrúpulos, carentes de medios, preparación y personalidad, que tratarán de alcanzar notoriedad social, pero cuya impericia causará daños irreversibles en las obras o la perdida de estas. Algo que no nos podemos permitir.
Por ello, os invito a todos a defender el mejor legado que podemos traspasar a futuras generaciones: EL ARTE.