Seguritecnia 379

36 SEGURITECNIA Octubre 2011 Seguridad en Museos y Patrimonio Histórico Expertos en Arte presidente Zapatero y a la entonces vice- presidenta, María Teresa Fernández de la Vega. Ella fue la única que me llamó por teléfono y tuvo una larga conversación conmigo. Estas cosas no se olvidan. - ¿Qué tipo de novela escribiría si tu- viera que llevar al papel, de forma tan autobiográfica como en Luna lunera , su experiencia en la Biblioteca Nacio- nal? ¿Sería una novela policiaca, un en- sayo sobre la autoridad, un drama…? Había comenzado una novela que se llamaba Asesinato en la BNE , que luego abandoné. Pero era un tema precioso: la directora de la época actual descu- bría por una serie de papeles y testimo- nios que en los años 80 se había asesi- nado en la Biblioteca a un tipo que ha- bía sido amigo de Juan García Hortelano, Ángel González y Juan Benet, a los que yo en esa época frecuentaba mucho. Así que me daba la oportunidad de explicar el ambiente de Madrid de los 80 y, so- bre todo, de hablar de cómo los emplea- dos de los periódicos del Movimiento habían sido traspasados a la Biblioteca y, al mismo tiempo, de descubrir al asesino a día de hoy, cuando ya el crimen había prescrito, como ocurre cada vez más con los delitos de la extrema derecha. Bueno, no cuento más porque, si algún día la retomo, no me gustaría que cuando la publicara ya se supiera quiénes fueron los asesinos y quiénes seguían siendo los culpables del ocultamiento del crimen. Un thriller , en una palabra. - ¿Qué queda de la ilustrísima señora directora general de la Biblioteca Na- cional de España en la Rosa Regàs que hoy nos atiende? Nunca fui ilustrísima. A poco de incor- porarme, el presidente Zapatero, que en aquellos años pensaba más en la igualdad entre hombres y mujeres, ri- cos y pobres, famosos y desconocidos, eliminó el tratamiento, igual que las ba- rreras que impedían casarse a los ho- mosexuales y tantas otras cosas que luego ha olvidado. Así que yo era sim- plemente Rosa Regàs, o la señora Re- gàs, como sigo siendo ahora, como he sido siempre. S escritor César Antonio Molina y anti- guo director del Instituto Cervantes, y las acusaciones y descalificaciones ha- cia usted. ¿Es todo esto lo que la lleva a dimitir? No, las descalificaciones y los insultos es- taban a la orden del día. Cada mañana cuando llegaba a la Biblioteca, mis secre- tarias, con una cara larga y triste, me te- nían preparados los artículos de prensa que me machacaban, sobre todo el Cul- tural de ABC, que merecería un premio a la constancia. Era a diario. Sin acusacio- nes, pero con insultos. El caso es que yo no quise comunicar el robo a la prensa, como me había ordenado el ministro a voces, porque no era lo correcto y, ade- más, resultaba contraproducente, ya que dábamos al ladrón la oportunidad de huir, como efectivamente hizo. Pero no tuve ningún desencuentro con el minis- tro, sino una única y terrible bronca en su despacho. El hecho es que la prensa ni siquiera mencionó el motivo por el que yo ha- bía presentado la dimisión; no porque no lo supieran, que lo sabían bien, yo misma lo había dicho en todas partes. Y cuando tuvieron a bien hablar de ella, la adjudicaron a mi falta de entendimiento con el minis- tro. No es cierto, yo nunca he sido amiga del ministro, ni para bien ni para mal; pertenece a otras voces y otros ámbitos po- líticos y culturales, así que ape- nas nos habíamos visto en Ma- drid en los 14 años que yo es- tuve viviendo allí. Esto es todo. Yo dimití porque me obligó a dar la noticia a la prensa y yo le dije, para su extrema irritación, que en ninguna biblioteca del mundo se daba la noticia de un robo antes de haber descu- bierto y atrapado al ladrón, una precaución elemental de se- guridad. Pero esto no lo dijo la prensa, solo agravios, ofensas. Todavía guardo el siniestro edi- torial que me dedicó El País el día que dejé Madrid. La misma carta que envié al ministro la remití también al nistro de Cultura le entró la obsesión de que diéramos la noticia a la prensa, y una vez la noticia está publicada el ladrón huye. Lo que haga la policía entonces ya no tiene remedio. Sobre todo como en nuestro caso, que sabíamos perfec- tamente quién había sido el autor, por- que hacía muy poco tiempo que se ha- bía procedido al examen de esos incu- nables y todo estaba en orden. Y desde el momento en que se había hecho el examen, solo un conocido usuario había solicitado consultarlos varias veces y los había tenido consigo en la mesa de lec- tura. Era evidente, pues, que ése era el la- drón, como se demostró más tarde, por más que embrollaban las noticias y nom- braban a la Interpol como si estuviera buscando al ladrón en Australia. La Bi- blioteca entera sabía perfectamente que el ladrón estaba en Buenos Aires, donde tenía su residencia. Estaba y está; devol- vió los mapas pero nadie lo acusó ni nin- guna Justicia lo imputó. Curioso ¿verdad? - Tras el anuncio de la desaparición de los incunables, en septiembre de 2007, llegaron los desencuentros con el en- tonces ministro de Cultura, el también

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