Seguritecnia 394
72 SEGURITECNIA Febrero 2013 Opinión tumbrado a contemplar el ánade real o coll-verd , pato cuchara o bragat , cerceta común o xarxet , ánade rabudo o cua de jonc , ánade silbón piulo , ánade friso o as- cle , porrón común o boix , tarro blanco tadorna , pato mandarín anec mandarí , y tantos y tantos capaces de alegrar su estancia en los marjales. Soñaba des- pierto con abandonar la mísera barraca, labrarse un futuro mejor que el ofrecido por los pantanales o el ganado... Sin po- der reprimirse, gritó el nombre de San- cha. Tras un ligero temblor de los juncos acompañado del rumor de las hojas cer- canas hizo acto de presencia no un pe- queño reptil sino una enorme serpiente. Tonet, espantado, quiso correr instin- tivamente, alejarse. No le fue posible. Sancha veloz se abalanzó contenta so- bre él para abrazarlo, enroscó sus fuer- tes anillos alrededor de su cuerpo, cada vez con mayor fuerza. Pálido de terror, noto dificultad para respirar. Emocio- nada, Sancha estrujaba, apretaba y apre- taba con cariño a su viejo camarada… Quedó inerte, sin vida, por tan efusivas muestras de aprecio. Malos tiempos viven y recorre el mundo de los empresarios. Cierre de negocios, desaparición de sociedades, falta de financiación, impagos e incluso la morosidad ahogan la competitivi- dad de nuestro tejido empresarial. La mentira anida, domina en estos tiem- pos a la colectividad sin que nos demos cuenta de que el mayor perjudicado es el propio farsante, convertido en per- sona poco seria, indigna de confianza y menos de credibilidad; con el embus- tero la verdad se vuelve dudosa. Con- sidera: “Lo que me anodada no es que me hayas mentido, sino que en lo suce- sivo no podré creerte”. Cuando cavilo que la Directiva Euro- pea exige el año próximo el pago en 60 días, me resulta imposible dejar de pen- sar en las fórmulas que debemos adop- tar para convertir ese mandato en rea- lidad. Los humanos, a mi entender, nos equivocamos más por ser listos que por buenos. Hemos pasado de la burbuja inmobiliaria a las primas únicas, cesiones de crédito, participaciones preferentes, deuda subordinada… Las empresas es- tán pagando los errores que no han co- metido. Como a Tonet, con todo el ca- riño, nos ahogan, nos están dejando sin respiración. Necesitamos que nos dejen tomar aliento. Por ello, ruego a las au- toridades que autoricen cinco años de moratoria para acondicionar nuestras compañías con nuevos sistemas de se- guridad y de este modo tener plazo. Es dinero, tenemos que encontrar la ver- dad, dejemos las mentiras y vivamos la realidad. Nos queda un largo camino, a mi juicio, lleno de peligros para crecer y reconducir las empresas. Estos tiempos no son los pasados, no podemos sopor- tar más la enorme carga burocrática, es- tamos al límite y es imposible más es- fuerzos, sin olvidar que el talento es una fuente inagotable de aptitudes que ne- cesitamos para crear e innovar. S N ada impide que se escurra una nostalgia del pasado cer- cano, los cuentos, leyendas, ficciones… los cuales narraban los ma- yores llegado el anochecer al calor de la lumbre, en la humedad de la barraca. Referían, hace muchos años, que en la dehesa del Parque Nacional de la Albu- fera de Valencia vivía solitario en una ba- rraca, propiedad de un señor de Valen- cia, un pastorcillo que todos los días lle- vaba a apacentar un rebaño de cabras entre la laguna y el mar, sin más compa- ñía que su flauta, hecha de caña por él. Tonet, así se llamaba, era capaz de sacar notas de su primitivo instrumento sen- tado bajo los pinos o al amparo de las enormes zarzas. Al son de la música acudía siempre una pequeña culebra procedente del agua, la cual se unía en su soledad al pequeño pastor. Éste la alimentaba con la leche de las cabras. El afecto fue cre- ciendo entre ambos con el paso del tiempo, los extraños e insólitos compa- ñeros se sentían mutuamente aliviados. Tonet bautizó a su camarada como San- cha. Ella aguardaba paciente cada ma- ñana la inconfundible música para re- unirse con el aliado. Los años pasaron, Tonet hubo de pres- tar el obligado servicio a la patria. Dejo la barraca, las cabras y la flauta, aunque lo que más le afligió fue alejarse de Sancha, nunca la olvidaría. Diez años anduvo por tierras remotas hasta que, por fin, hecho un hombre, regresó al Palmar. Muchos amigos le saludan sonrientes, le abra- zan e incluso le desean lo mejor durante su recorrido por las calles del pueblo; sin embargo, él solo tiene en mente a San- cha. Encamina sus pasos a la dehesa, re- cuerda los tiempos donde pastaba el ganado; llega en su deambular al mato- rral donde años atrás tocaba su flauta, aquel sitio fue su morada, su vida, acos- Ruego a las autoridades que autoricen cinco años de moratoria para acondicionar nuestras compañías con nuevos sistemas de seguridad Antonio Ávila Chuliá La mentira
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