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SEGURITECNIA Octubre 2015 43 Diálogos con el arte unos pocos saben leer? Y Su Ma- jestad, ¿qué opinión habré de me- recerle si mi composición no está a la altura de su exigencia? Yo, que siempre me he dedicado a las letras, que soy un humilde es- tudioso, ¿cómo se me ha podido ocurrir que podría responder con dignidad, no ya con orgullo, ante tan fastuoso encargo? Miércoles: Meses esperando por mí, el maestro constructor y los maestros escultores me reclaman cada día mi resolución. Yo trato de esquivarles. La piedra caliza cada día gana unos centímetros al aire toresano. La paciencia mengua al ritmo al que aumenta su disgusto. Su Majestad aún no ha sido informado del retraso que acumulamos por culpa de mi incompetencia. ¿Qué hacer? No sirve cualquier cosa, unas desnudas co- lumnas sobre plintos no son dignas de este templo. ¿Cómo henchir de orgullo el pecho de los feligreses al cruzar el umbral entre el mundo de los huma- nos y el rincón de lo divino? Viernes: A penas he dormido en dos noches. Maldigo a cada hora del día el momento en que acepté esta res- ponsabilidad. Si traiciono la confianza de su Majestad solo cabe la desapa- rición absoluta, el vergonzante exilio del fraile que no estuvo a la altura. ¿Y si en verdad no estoy a la altura? ¿Y si la amistad que me une al rey Sancho le ha confundido y me ha supervalo- rado? ¿Cómo osas cuestionar la sabi- duría de Su Majestad? Siento los nudi- llos de los constructores llamando a la puerta de mi celda. Este delirio hipno- gógico ha de finalizar. ¿Cómo? ¿Cómo? Domingo: Hoy el estruendo de las campanas me despertó de un revela- dor sueño: La abadía se presenta ante mí ya re- matada con una vasta apertura en la fachada que mira al oeste. Atravieso la tirante oscuridad que se presenta ante mí en el espacio que debería estar or- namentado por la portada que me fue encargada. Ya dentro me cruzo un po- bre burro tendido incapaz de caminar por la pesada carga que soporta sobre su lomo. Rebuzna de dolor por los tiro- nes de rabo y orejas al que le someten sus amos. Los roznidos son insopor- tables y escapo penetrando aún más en la oscuridad. Me roza la densa ho- jarasca que me rodea y me abro paso entre ella. El silencio se agrieta gracias a unas voces humanas que me templan el miedo. Hablan los profetas: Isaías, Da- niel, Jeremías, Ezequiel, el rey David les abriga con el sonido de su arpa, los ar- cángeles les acompañan. Frente a ellos la Virgen María con el Niño en brazos se me acerca y me entrega una flor. Este reconfortante séquito pronto se diluye en la negrura. Un punto de luz en la le- janía me orienta y me dirijo hacia él. Escucho una melo- día y su volumen aumenta a medida que me aproximo a los dos ángeles que tocan la trompeta. Es el Juicio Final. Cristo Juez se sienta en Ma- jestad frente a reyes, márti- res, santos, abades y obispos. Tras él, por la senda ascen- dente de su derecha los jus- tos avanzan camino del Pa- raíso donde les recibe Dios Padre. A la izquierda de Cristo el suelo quebrado se traga a los condenados que, tras ser sometidos a infinitos tormen- tos, son devorados por Leviatán. Esta vi- sión se me hace insoportable, los llan- tos y gritos de auxilio son atronado- res, inundan mi cráneo y lo presionan de tal modo que temo que pueda lle- gar a quebrarse. Antes de desmayarme por el pánico una espiral de ángeles me elevan a tremenda velocidad. Desde lo alto abro de nuevo los ojos para obser- var toda la escena ahora cubierta por una confortable luz. Una luz que ha co- loreado cada rincón y cada personaje. Y cada color se fragmenta en infinitos to- nos que se funden entre sí y perduran durante siglos. Ese dictado ha de ser transferido a la piedra. Así se hará”. S

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