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80 SEGURITECNIA Mayo 2018 Opinión C omo director de Seguridad del Palacio de los Deportes de Madrid y responsable de una ingeniería dedicada, casi en exclu- sividad, a la elaboración e implanta- ción de planes de autoprotección, me di cuenta que ambas disciplinas ca- minan en el mismo sentido, pero de forma paralela, por lo que hay que ter- minar de unirlas. Me explico. En cuanto al Plan de Se- guridad, sabemos que la figura com- petente para llevarlo a cabo es el di- rector de Seguridad, quien decide y establece los métodos de análisis de riesgos, evalúa los riesgos a los que está sometida la actividad, la organi- zación operativa, etc. Por otro lado, es la Norma Básica de Autoprotección 393/2007 la que, por lo general, instaura el orden del Plan de Autoprotección, si bien es cierto que el método de análisis de riesgos y organización de la emer- gencia lo establece el técnico compe- tente y, en ocasiones, lo hace con el tit- ular de la actividad. Establecidas estas dos líneas mae- stras, nos damos cuenta de que los riesgos que analizamos en materia de seguridad son diferentes a los de las emergencias. Sin embargo, es el direc- tor de seguridad quien tiene que ten- der a unirlos. La pregunta es: ¿cuál es el elemento de cohesión de estos dos documentos? Sin lugar a dudas, la im- plantación. Como sabemos, la implantación tiene dos partes fundamentales: la formación de las personas designadas y el simu- lacro, ya sea de seguridad o emergen- cias. En ocasiones podemos pensar, por imposición o a título personal, que la formación es definitivamente lo más importante para que las personas se- pan lo que tienen que hacer y que una formación anual es suficiente para lle- var a cabo con éxito una posible res- olución de la emergencia o conflicto, se produzca diez minutos o doscien- tos días después de la acción de capac- itación. En cierto modo es cierto, pero hay otros aspectos qué debemos tener en cuenta. En primer lugar, hay un elemento constante que viene determinado por cómo el individuo está “construido” genéticamente; es decir, hay personas muy propensas a asumir situaciones de riesgo mientras otras lo son poco. En segundo lugar, hay que tener en cuenta la situación particular de esa persona en ese día y en esa hora, ya que puede estar afectada psicológica y físicamente por circunstancias pun- tuales de su vida personal o laboral que afectan a su toma de decisiones. La combinación de estos tres el- ementos, formación, genética y cir- cunstancia, es la que decidirá la actu- ación en caso de emergencia o con- flicto de un individuo y, por lo tanto, no solamente depende de la formación periódica. Supongamos que se ha nombrado como miembro de un equipo de emer- gencia a una persona del equipo de se- guridad con tendencia a sufrir ataques de estrés, o que no dispone –de base o temporalmente– de la serenidad y clar- idad mental necesarias ante situaciones de peligro y que, por tanto, le impiden analizar información y tomar decisiones con rapidez. ¿Quién ha analizado este aspecto? Normalmente los nombra- mientos se realizan basándose en el tra- bajo que desarrolla el profesional den- tro de la organización. ¿Este aspecto goza de suficiente garantía frente a la persona nombrada y al responsable que lo nombra? A ninguno nos resultará difícil pensar en las consecuencias que puede conl- levar la falta de toma de decisiones o lo inadecuado de las mismas en caso de emergencia o conflicto. La solución: Estudiar la adecuación de la personalidad del individuo a las tareas a desempeñar al menos una César Mayoral Gallego / Director General de Legal Planning La integración de los planes de autoprotección en los planes de seguridad
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