Seguritecnia 508

Protección contra Incendios de seda la hacía prohibitiva en un oficio tan poco rentable como el de matafue- gos. Las botas, al igual que el casco y los guantes, eran de cuero. Para dotar a las prendas de vestir de la necesaria incombustibilidad, el ser humano probó a ignifugarlas. Las prime- ras ropas tratadas con sustancias retar- dantes a la llama tuvieron como materia prima las empleadas por los egipcios de la antigüedad para momificar a los di- funtos. Para este fin empleaban una “sal divina” que tenía la propiedad de amo- jamar la carne y evitar la putrefacción: el natrón. En concreto, el natrón tiene en su composición un elemento quími- co llamado boro (término que proviene del árabe buraq ). El boro se sintetizó en 1808 por el químico y físico francés Jo- seph Louis Gay-Lussac, pero no fue has- ta 1821 cuando él mismo descubrió que un compuesto de boro que incorporaba el natrón, el tetraborato de sodio, tam- bién conocido como bórax, era capaz de hacer relativamente ignífugas las pren- das textiles con solo añadir esta sustan- cia a la colada. Desde el exterior Por otro lado, Braidwood hacía hincapié en que la forma más efectiva de apagar los fuegos de viviendas era desde den- tro, localizando previamente el foco. Para orientarse con seguridad por el interior de las peligrosas edificaciones envueltas en llamas, Braidwood se valía de cuerdas guía que servían de vía de escape en caso de emergencia, procedi- miento que todavía hoy usamos, a pesar de las innovaciones tecnológicas con la que nos servimos en materia de visión infrarroja. Sin embargo, aquella imagen del bombero de antaño lanzando agua a chorro desde el exterior de una edifica- ción en llamas ha vuelto a estar de moda gracias a las sesudas reflexiones de los expertos bomberiles de hoy en día. La razón es que esta acción a distancia, y desde el exterior, pretende cumplir dos objetivos fundamentales: por un lado, evitar la propagación del fuego por el exterior, salvo que la fachada esté recu- bierta de un elemento tan combustible como el que arrasó dos edificios en el barrio de Campanar, en Valencia, el 22 de febrero de 2024. Y, por otro, con esta maniobra se persigue rebajar las calo- rías que pueda haber en el interior de la vivienda –procedimiento denominado “ablandado”–, en la esperanza de que el equipo de bomberos que avance por el interior pueda tener más probabilidades de encontrar con vida a los atrapados. Sin embargo, fíjese que estos incon- trolables incendios propagados por el exterior rompen con las consabidas con- signas que damos a la población acerca de que, si se ven atrapados por el fuego, lo más seguro es que cierren puertas y ventanas y esperen a que los bomberos lleguen en su ayuda. La evolución de un incendio, sea cual sea su propagación, es un fenómeno que a veces no obedece al sentido co- mún o a patrones conocidos. De hecho, pertenece a la ignota especialidad física de los fluidos turbulentos. Los incendios más virulentos entran, pues, dentro de la categoría de los fenómenos aleatorios o caóticos, resultando impredecible su comportamiento, al igual que sucede con las turbulentas aguas cuando se desata una inundación. Werner Karl Hei- senberg (1901-1976), el eminente físico alemán que formuló el principio de in- certidumbre, dijo al respecto: “Cuando me encuentre con Dios, le haré dos pre- guntas: ¿por qué la relatividad? y ¿por qué la turbulencia? Estoy seguro de que me sabrá contestar a la primera”. Un fenómeno ígneo, parecido a esto que estamos contando, debió ocurrir durante el combate del fuego originado en la calle Tooley de Londres durante el 22 de junio de 1861. Este incendio fue tan extremo que estuvo campando a sus anchas durante 14 días. En con- creto, Braidwood se encontraba con sus hombres en un sector de la ciudad com- batiendo el fuego cuando se vino abajo un muro y lo sepultó. Sus compañeros tuvieron que emplearse a fondo durante tres días para recuperar su cuerpo. En el momento de su muerte tenía 61 años. / Julio-Agosto 2024 53

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