Desde hace unas semanas, el coronavirus ha dado paso en los titulares a la nieve y a las avalanchas. Entre la borrasca Filomena y los vídeos sobre accidentes por avalancha que se han hecho virales, se publican noticias que hablan de “situación excepcional” y de «fenómeno extraordinario». Pero ¿realmente es tan extraordinario?
Las nevadas y las avalanchas son fenómenos recurrentes todos los inviernos. Por eso es invierno. En invierno nieva, o por lo menos, debería. Lo que pasa es que nunca nieva a gusto de todos, adaptando convenientemente el dicho popular.
En las zonas montañosas, las nevadas a lo largo del invierno son un hecho habitual. A veces nieva un poco todos los días, y en otras ocasiones caen nevadas mayores. Este tipo de episodios son frecuentes y estamos –o deberíamos estar– preparados para afrontarlos sin más problemas.
Por otro lado, están los episodios que se salen de la norma. Podríamos llamarlos «baja frecuencia/altas consecuencias«. Son acontecimientos ligados a unas características concretas y que tienen un período de retorno alto (por ejemplo, la nevada que ocurre una vez cada 100 años o la riada que sucede una vez cada 30). Para combatir este tipo de eventos, que no manejamos habitualmente, tenemos planes de autoprotección y servicios de protección civil que se activan en caso necesario, ya que las administraciones no pueden dimensionar sus recursos para gestionar grandes eventos catastróficos como si ocurriesen todos los años. De ser así, habría una máquina quitanieves en cada esquina y permanecería parada el 99 por ciento del invierno.
Eventos frecuentes
Hasta aquí todo tiene sentido y lógica. Sin embargo, nos topamos con una realidad muy diferente, y la pregunta que nos deberíamos formular, y contestar, es: ¿estamos preparados para los eventos frecuentes invernales?
En mi modesta opinión, en ocasiones no solo no estamos preparados para los eventos frecuentes, sino que nos desbordan. Y cuando sucede uno de esos eventos extraordinarios, apenas tenemos capacidad de reaccionar. Veamos por qué.
Los problemas derivados de las nevadas, y en consecuencia, de las posibles avalanchas, podemos agruparlos en dos niveles muy básicos: los que afectan a infraestructuras (como carreteras o núcleos habitados) y los que afectan a la práctica de la actividad deportiva.
Infraestructuras, carreteras y núcleos habitados: por fortuna, son pocos y bien conocidos los puntos negros en nuestro territorio, no solo a nivel aragonés, sino a nivel nacional. Para este tipo de avalanchas que afectan a vías de comunicación, edificios o líneas eléctricas, la solución habitual es construir estructuras de defensa que protejan directamente el elemento en riesgo. Lamentablemente, y a pesar de ser pocos y conocidos estos puntos, las iniciativas para su control han sido pequeñas y muy puntuales, siempre vinculadas a ese principio de acción-reacción: «cae la avalancha – causa un daño – sale en los medios – alarma social – hago algo para acallar la conciencia social».
En general, son medidas de emergencia, puntuales y cortoplacistas, que no se engloban en una visión de conjunto para solucionar definitivamente el problema. Ponemos una tirita a ver si así se cura la herida.
Actividades deportivas: un punto no menos importante. Aragón, por ejemplo, es y se define como un país de montañas, donde su principal valor es el turismo y, en especial, la nieve. Queremos que vengan visitantes a disfrutar de este privilegiado entorno. Y cada vez viene más gente. Cada vez tenemos más practicantes de deportes en la montaña invernal, como esquí de montaña, raquetas, alpinismo… Vivimos una popularización, una democratización y casi una banalización del medio. No hace falta ser un deportista de élite para salir a la montaña en invierno. Cada vez son más las familias y los deportistas que acuden a disfrutar de un día de nieve con raquetas, a tirarse con los trineos o a ascender a una cima, sea o no sencilla.
Pero la montaña en invierno presenta más situaciones de riesgo que en verano, y no estamos proporcionando a estos usuarios la información necesaria para poder tomar decisiones correctas y gestionar el riesgo que asumen. Para la mayoría de la gente, la nieve es algo divertido y atractivo; pero al mismo tiempo, fuera de zonas controladas, es decir, la mayor parte del territorio, la amenaza de ser sepultado por un alud está siempre presente. Hacer actividad en montaña invernal exige una mayor formación e información. El peligro de la nieve exige, a todos y cada uno de los visitantes invernales, ser al mismo tiempo experto en aludes, rescatador y guía. Por eso mismo, y unido a la mayor afluencia de gente cada temporada a la montaña en invierno, aumenta el número de accidentes e incidentes.
En cualquiera de los dos casos, tanto en la afección a infraestructuras como en la práctica de actividades deportivas, estamos hablando de un problema de seguridad para el ciudadano. Tan importante es colocar redes y mallas para evitar que deslizamientos o bloques de piedras afecten a carreteras, como prevenir el riesgo de avalanchas de nieve.
La importancia de la información
Como sociedad avanzada del conocimiento tenemos la obligación de estudiar más en profundidad el fenómeno de las avalanchas de nieve y de implantar otras medidas. Y para ello necesitamos datos, necesitamos información, saber cuánto nieva cada invierno, cada día, en qué cotas, cómo evoluciona la nieve. Tener información sobre los aludes caídos en forma de catastro. Solo estudiando la nieve y conociendo cómo evoluciona podremos proponer alternativas de gestión que realmente funcionen. No es nada nuevo. Es la metodología habitual que se realiza en muchos otros países y que se lleva a cabo con muchos otros peligros naturales. Pero aquí empiezan nuestros problemas. ¿Quién recoge los datos? ¿Cómo recoger esos datos?
En Aragón, en concreto, que es lo que más conozco, la red de observación es muy pequeña para la enorme superficie del territorio donde potencialmente pueden desencadenarse avalanchas. Apenas una docena de puntos en todo el territorio, dejando grandes zonas vacías donde no se realizan observaciones. En el resto del territorio nacional la situación no es mejor. Y la falta de estaciones automáticas meteorológicas que apoyen a esta red de observación es alarmante. ¿Somos conscientes de que queremos vender nuestra nieve y nuestras montañas como si fueran las Montañas Rocosas canadienses o los Alpes, pero en modo “bajo coste”?
Solo nos acordamos de los técnicos en avalanchas cuando nieva mucho, y entonces les exigimos que nos digan qué tenemos que hacer. Pero estos no tienen una bola de cristal. Necesitan datos, han de tener medios, recursos. Si nieva durante una semana, o un metro en 24 horas, es obvio que ellos necesitan también gestionar adecuadamente su riesgo individual y no pueden acceder a la montaña sin arriesgar su propia vida… ¿Cómo van a poder acertar en su diagnóstico?
Profesiones de las avalanchas
En España, la profesión de observador nivometeorológico no está reconocida, y mucho menos la del técnico de avalanchas. Se confunde con la de profesor de esquí o guía de montaña, que gestionan riesgos diferentes.
El trabajo desempeñado por un técnico en avalanchas es una profesión de alto riesgo y exige una alta cualificación. La presión a la hora de tomar decisiones rápidas y trascendentes que afectan a la seguridad de las personas, la capacidad de análisis y la velocidad de reacción, por no hablar de la presencia física y real en un terreno peligroso, son algunos de los aspectos con los que estos profesionales trabajan día a día.
Aun así, las administraciones en general y los diferentes organismos se ajustan a un criterio casi exclusivamente económico a la hora de contratar personal o de sacar un concurso para la gestión del peligro de aludes. Y en vez de tener personal propio y formado, se apoyan en convenios de colaboración y en obligaciones que se marcan a las contratas de las carreteras para gestionar ese peligro. Los agentes de Protección de la Naturaleza o las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales se ocupan de los incendios forestales, las Confederaciones Hidrográficas de mantener los cauces en buen estado, pero ¿en quién recae la responsabilidad de gestionar la nieve y las avalanchas?
Cuando ocurre un accidente, ¿de quién es la culpa? ¿De la empresa que gestiona una carretera porque no la tenía que tener abierta? ¿Del propietario del monte del lugar donde se inicia y desencadena la avalancha? ¿Del que pasa con el coche, o con sus esquís, por una ladera porque no debería haberse metido ahí? Podemos pasar de una pregunta a otra en bucle y tirar la pelota al tejado del que tenemos enfrente. Así ha ocurrido ya con algunas carreteras que permiten el acceso a estaciones de esquí, y algunas sentencias son muy ilustrativas. Al final, tristemente, parece que todo se reduce a una cuestión de dinero y de inversión. ¿Cuánto cuesta poner unos sistemas de defensa para asegurar una carretera?
Supongamos la instalación de cinco equipos Gazex (sistema de desencadenamiento artificial de avalanchas). El coste oscila entre los 450.000 y los 520.000 euros. Pensemos ahora en una galería sobre una carretera en un tramo de longitud de 50 metros, con un coste aproximado de 600.000 euros. La instalación de una estación meteorológica automática potente se calcula en 15.000 euros.
Vayamos ahora a un equipo de trabajo de tres técnicos formados que lleven un seguimiento del manto nivoso todo el año en el territorio, apoyados por observadores. Veo aceptable prever un gasto anual de 250.000 euros para la protección del territorio.
Eso supone que en un plazo de 10 años se han podido instalar 7 u 8 grupos Gazex y 70 metros de galerías, un par de estaciones automáticas que cubran los puntos más peligrosos y un equipo de profesionales disponibles todo el año para dar información, estudiar la nieve y gestionar los momentos de crisis. A medio plazo, si se continua con esa línea de trabajo, en 15/20 años el panorama sería muy diferente.
El valor de la vida
Los seres humanos estamos acostumbrados a ponerle valor a todo… ¿Tiene precio la vida humana? ¿Cuánto vale el bien más preciado y sagrado que tenemos? La respuesta a la primera pregunta es sí, nos guste o no nos guste. La realidad es que el valor de la vida es un término estadístico utilizado para cuantificar el beneficio de evitar una fatalidad. Suele medirse tomando en cuenta factores como la calidad de vida, el tiempo de vida esperado restante y el potencial de ingresos de una persona dada. Todo ello lo tienen en cuenta las aseguradoras al contratar un seguro de vida.
La respuesta a la segunda es: depende del lugar en el que hayas nacido o vivas. No existe un concepto estándar en economía para el valor de una vida humana específica. Sin embargo, al analizar la balanza de riesgo / recompensa, en economía se acude al concepto conocido como el valor de una vida estadística (VSL, por sus siglas en inglés). Este valor varía en cada país en función de su riqueza (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico recomienda que las naciones miembros usen una cifra entre 1,5 millones y 4,5 millones de dólares).
¿Cuánto cuesta la vida de una familia a la que una avalancha ha arrasado su coche? ¿Cuánto cuesta la vida de los operarios de una máquina quitanieves? ¿Y si es un autobús lleno de niños que van a esquiar? ¿Y si eres tú, con tu familia…? La percepción del riesgo y la alarma social que se generan son muy diferentes en cada caso… ¿Se siguen estos patrones?: «Cae la avalancha – muere una familia ‐ sale en los medios – alarma social inicial – hago algo rápidamente para acallar la conciencia social…». «Cae la avalancha – muere un trabajador – sale en los medios – alarma social inicial – prometo algo para acallar la conciencia social».
¿Hasta cuándo vamos a seguir mirando para otro lado, confiando en que no va a suceder nada? ¿Por qué no estamos dando información suficiente y de calidad a los usuarios? ¿Estamos esperando a que suceda algo para luego echar la culpa a alguien y comentar: «es que era evidente que hoy no tenían que ir ahí porque era peligroso»? ¿Y cómo van a saber a priori que es peligroso si nadie les informa?
Tendemos a mirar a otros países o zonas y lamentarnos de que ellos tengan unos buenos sistemas de protección y prevención. Pero es que han decidido invertir en tenerlos y en apostar por mantenerlos. Nada es gratis, es una cuestión de dinero y voluntad. Si no fuera así, la mayor parte de las carreteras del arco alpino deberían cerrar desde la primera nevada. No sería posible la conexión por carretera o tren entre distintos valles, ni el acceso a núcleos de montaña o instalaciones deportivas y de ocio como estaciones de esquí de fama internacional. No es que no se pueda hacer, es que hay que querer hacerlo.
Líneas de trabajo
Sin pretender plantear desde aquí una solución a un problema tan amplio, sí que se pueden establecer unas líneas de trabajo:
Es necesario reconocer que la nieve y las avalanchas suponen un problema frecuente en el territorio y, por tanto, que es necesario analizarlo.
Para ello es fundamental contar con el apoyo de las administraciones. No pueden ser batallas libradas por personas a nivel individual hasta acabar con su energía e iniciativa.
La seguridad es un derecho inalienable y, por consiguiente, debe ser garantizado.
La base para poder tomar decisiones es contar con datos. Crear una red de observación sólida y realizar un estudio del territorio permite establecer líneas de actuación prioritarias, y no movernos por la urgencia de apagar un fuego en un momento determinado.
Nada es gratuito. Es necesaria una inversión. Resulta triste que la seguridad se reduzca a un análisis coste/beneficio. No debemos jugar a la ruleta rusa en función del mayor o menor número de víctimas.
Este invierno ya hemos tenido varios avisos, tanto en Aragón como fuera de nuestro territorio (Asturias, León, Andorra). ¿De verdad tenemos que esperar a que haya más accidentes para concienciarnos y empezar a trabajar con seriedad en mitigar estos riesgos?