Un mercado laboral tremendamente desigual nos ha revelado que el confinamiento voluntario se ha convertido en un privilegio de clase y que solo el 22 por ciento de la población ocupada puede teletrabajar en nuestro país, aun con los riesgos que ello supone. No todo son ventajas con el trabajo en remoto, lo iremos viendo más pronto que tarde.
De repente, sin avisar, hemos tenido un examen sorpresa de la asignatura “digital”, pero no ha habido sorpresas en los resultados. Los que tenían medios han aprobado y los que no los tenían o eran insuficientes han suspendido. Estos últimos se han quedado atrás, una vez más, y la distancia se engrosa. Es más, en algún momento hasta se les penalizará por ello por parte de quienes ahora abogan por sus derechos y están en contra de su discriminación negativa. Al tiempo.
El COVID-19 es muchas cosas además de un virus, entre ellas “un acelerador de cambios” que ya estaban iniciándose. Lo que vendría a medio plazo ya ha llegado, de forma desorganizada, no afinada ni probada; pero ya está aquí, y gana un importante terreno que ni podía pensarse hace tan solo unos meses.
La peluquería de la esquina ofrece sus servicios a domicilio hasta fin de año porque no puede asumir el coste de las medidas de alejamiento y aforo. Imposible atender los gastos fijos si no puede admitir más que la mitad de sus clientes habituales diarios. Esa estrategia del pequeño peluquero la copia el mejor restaurante del barrio, aunque, paradójicamente, lo tiene más complicado. Asimismo, muchos hoteles ni se plantean abrir en lo que resta de año.
Se anuncian ya recortes en seguridad, cuando precisamente ahora deberíamos hacer todo lo contrario y echar mano de otras partidas de gastos menos necesarias
De repente veneramos las videoconferencias, vemos bien que los niños se formen a distancia, compramos viviendas visitándolas solo por Internet y la banca digital es la panacea, como simples ejemplos de lo micro. De lo macro hay ejemplos como tipos de interés nominales negativos o productos con precios también negativos; véase el caso, ni más ni menos, del petróleo hace unos días.
Mejor no detenerse en la unidad de Europa ante crisis de este tipo. Ni se ha mutualizado la deuda sin broncas y sobresaltos ni se han contabilizado igual las defunciones de la pandemia. Las curvas de propagación de la enfermedad son pura entelequia y lo que debería haber sido declarado como un servicio esencial, esto es, facilitar ágilmente una estadística real y predictiva unánime, no lo ha sido. Hemos optado por priorizar la apertura de estancos.
La transferencia intergeneracional que vamos a hacer al final de este maremágnum, con una deuda mayor que el PIB, será dramática para aquellos que están desde 2008 en fase de incorporación o primeros pasos en situación de empleo. La tan cacareada conseguida globalización ahora nos jugará en contra, porque no habíamos profundizado en las desventajas.
Apostar por la seguridad
Hace tiempo ya sabíamos que las próximas crisis mundiales vendrían por el terrorismo bélico y el bacteriológico (bioterrorismo provocado o sobrevenido involuntario). Pero no lo hemos esperado invirtiendo todo lo que deberíamos en sanidad, genética, investigación veterinaria, tecnología relacionada, seguridad o ingeniería de datos para hacer frente a este tipo de amenazas de futuro. Hemos acabado yendo a ciegas.
De todo se aprende. Ojalá sea así en el futuro, porque quién sabe si al próximo bichito le encantará el agua con jabón o se sentirá irremediablemente atraído por el algodón de las mascarillas.
No obstante, de momento parece que no hemos tenido suficiente escarmiento en la desescalada todavía. Por ejemplo, viendo cómo alguna comunidad autónoma contrata de golpe y contra reloj a miles de personas en situación de desempleo para garantizar la seguridad, la vigilancia y el control de accesos y aforos en sus playas. De esa manera, han descartado a vigilantes de seguridad en paro o sometidos a ERTE, que están a la espera de poder reanudar su actividad con nuevas demandas de servicios y cuentan con formación precisamente en esas actividades de prevención.
También es cierto que alguna otra comunidad sí ha considerado conveniente contrastar nuestras recomendaciones, compartidas por la representación social mayoritaria de los trabajadores, y han optado por la presencia de la seguridad privada como mayor garantía deprotección para el ciudadano en sus accesos a lugares con importante concurrencia de personas.
Así que, en parte, lo de “a grandes males, grandes remedios” y “los experimentos con gaseosa” es para otros países europeos. No es un tema de azules, coloraos, naranjas o moraos, es que “aquí somos así”.
Pero no todo ha sido acelerar cambios para luchar contra el bicho, también hemos tenido que aplicar remedios provisionales, pequeños ajustes y aceptar «pulpo como animal de compañía» para poder seguir jugando con la pelota del niño rico. Porque no parece que todos estos cambios, algunos metidos a calzador aprovechando la confusión y el miedo (por ejemplo, esa fijación que les ha entrado a algunos de acabar con el uso del efectivo, redoblando esfuerzos a tal fin justo en este momento donde las prioridades deberían ser otras), sean tan necesarios y naturales como nos han querido hacer creer. No todos tienen por qué convertirse en cambios permanentes cuando retornemos a la normalidad.
Otros cambios ojalá que sí sean perennes, como ver niños corriendo por el parque como si no hubiera mañana y no en el centro comercial, el dar más sentido a las palabras “¿cómo estás?”, las innumerables muestras de solidaridad, el apoyo a los afectados y el trabajo abnegado de muchas personas para minimizar los impactos de esta crisis, sin ningún tipo de distinción social (que no todo tiene que ser darnos latigazos). Porque el ciudadano de a pie en este país ha demostrado que puede y sabe convertirse en héroe de un día para otro cuando se le da un motivo que valga la pena, y sin perder el anonimato.
Lejos de seguir vigilando el crecimiento de los grandes monopolios para que no reduzcan la competencia, parece que desde que se inició la expansión del COVID-19 hemos mirado para otro lado. ¿Por qué? Amazon ha contratado durante esta crisis a más de 100.000 trabajadores y Netflix ha hecho lo propio, dado que ha incrementado 16 millones de nuevos suscriptores. Los mensajeros de Glovo transportaron rosas y libros el día de San Jorge, y Cabify se pasa a la paquetería hasta que esto amaine.
Lejos de convertirse en plañideras lamentándose sin más del maldito virus, han utilizado ese tiempo, con un gran esfuerzo y asumiendo riesgos, en reinvertar o reorientar sus negocios provisionalmente de manera que tanto la facturación como el nivel de empleo sufriera lo mínimo posible.
Pero no vale todo cuando el fin no justifica los medios, que suele ser casi siempre. Especialmente cuando ni tan siquiera conlleva las eximentes ventajas en el mantenimiento o la generación de empleo de los ejemplos que veíamos anteriormente. Y sobre todo cuando los daños colaterales que generan determinadas actuaciones eran fácilmente predecibles.
El efectivo es el único medio público de pago, porque sin él, lo que quedarían son sistemas de pago totalmente privatizados y en manos de grandes empresas
Ataque al efectivo
No hace mucho intentamos, dentro del sector, redactar un documento de recomendaciones y observaciones al respecto del contenido del borrador de desarrollo reglamentario de nuestra nueva Ley de Seguridad Privada (que, por cierto, sigue pendiente con unos cuantos años de demora y no porque se nos haya olvidado o no lo estemos recordando periódicamente con el mayor respeto posible). Si bien es cierto que todos coincidíamos en preservar nuestras actividades y servicios propios y que no siguieran desapareciendo con destino a otros sectores, como ya empezó a pasar con la consultoría, el debate al respecto del intento de desregular el transporte de fondos no se pudo concluir de forma satisfactoria para todos.
La falta de unidad provoca siempre una percepción de debilidad, que suele aprovecharse antes o después. Si bien en aquel momento todo quedó “en tablas”, sí se apreció un malestar evidente dentro de los miembros del Observatorio Sectorial de la Seguridad Privada por no haber sido capaces de dejar zanjado el tema y dar una imagen sectorial más consolidada.
Antes o después sabíamos que volvería el ataque. Pensábamos que nos vendría por la parte de la tecnología de seguridad frente a la privacidad (control de temperatura/reconocimiento facial…). No ha ido por ahí, de momento, pero démosle tiempo. Lo que es curioso es que se pase por el embudo a cualquier innovación tecnológica en beneficio del interés general y que el hecho, más que conocido, de que una persona con una tarjeta de pago y un móvil sea totalmente accesible para que otro pueda saber casi al minuto qué ha hecho y dónde a lo largo del día, y siga sin ser un motivo de reflexión para el legislador homologado al respecto.
Pues sí, de nuevo el ataque ha sido a vueltas con el tema del efectivo, una obsesión que ya empieza a molestar. Y aunque a nadie se le pueda ocurrir (ni se permitiría, obviamente), por ejemplo, conseguir un desahucio demoliendo el edificio completo, parece que no extraña que se pudiera acabar con el transporte de fondos eliminando el efectivo; esto es, dificultando cada vez más que se utilice como medio de pago.
Por cierto, el efectivo es el único medio público, porque recordemos que, sin él, lo que quedaría es que los sistemas de pago estarían totalmente privatizados y en manos de grandes empresas. Tema para nada baladí y que merecería una reflexión adicional en otro momento.
La actividad del transporte es pionera entre las que dieron vida a este sector hace ya muchos años. Poco conocida en general, se ha ido reinventando. Ya no solo se transporta el efectivo, se gestiona. Entre otras muchas funciones, se efectúa diariamente su cuadre para aquellos clientes cuya actividad principal es vender y minimizar el tiempo destinado a otras actividades administrativas, se almacena, se destruyen los billetes deteriorados y se sustituyen por nuevos, se detectan los falsos y se informa a quien corresponde aprovechando la trazabilidad que soporta estos procesos, se abastecen y mantienen los cajeros automáticos…
Las grandes multinacionales que defienden sus tarjetas como el mejor sistema de pago llevan años intentando ganarle terreno a las compañías que gestionan el efectivo. Una competencia en buena lid y donde finalmente los usuarios decidían libremente según sus preferencias, móviles de actuación y posibilidades. Porque, tengamos presente que no a todas las personas que querrían utilizar una tarjeta en lugar de el pago en efectivo se les concede automáticamente en cuanto la piden. Desgraciada y esperemos que también provisionalmente es un colectivo cada vez más numeroso, por motivos en los que no hace falta abundar.
Es cierto que esas grandes multinacionales han tenido grandes aliados, como la Banca, pero tiene su lógica. Una buena parte de los ingresos de las entidades financieras viene por el cobro de comisiones por el uso de la tarjeta, y por parte tanto de particulares como de comercios. Los primeros podrían pagar al banco una comisión anual por mantenimiento e intereses si aplazas los pagos (el acceso al crédito automático es uno de los principales móviles para su uso frente al efectivo), y los segundos pagan comisiones por transacciones realizadas en TPV por compras utilizando tarjetas. Concretamente han pagado más de 660 millones de euros, según el último dato anual disponible.
Está clara la preferencia para que sus clientes utilicen este medio de pago, la tarjeta, y no el efectivo, porque les es mucho más rentable. De hecho, a algunos no les gusta ni manejar ni tener dinero del cliente en su cuenta corriente, porque cuando vas a disponer te suelen remitir al cajero automático (buen ejemplo empírico y visual sería el del día de cobro de pensiones). Y si lo depositas en una cuenta corriente te cobran comisiones, cuando no hace mucho nos pagaban intereses por habérselo prestado. Nada que objetar, un negocio no es una ONG, y siempre se tiene la alternativa de guardarlo en casa en una cajita fuerte.
También es cierto que el resto de aliados de unos y de otros varía en función de múltiples factores. Un empleado de una gran superficie y un camarero no ven las mismas ventajas en que se les pague en efectivo, por ejemplo. Este tema, el de beneficiados o perjudicados según el medio de pago si este no fuera de libre elección, se merece un mayor desarrollo; el cual ha esbozado recientemente el Observatorio Sectorial de la Seguridad Privada en su último comunicado.
Pago en efectivo y estado de alarma
Hasta aquí, aunque a unos nos guste menos que a otros, todo explicable. Lo que no tiene explicación alguna es lo que está pasando respecto a los medios de pago durante los días transcurridos desde el inicio del estado de alarma. Parece como si alguien quisiera convertir la tarjeta en el héroe del COVID-19, y que para ello necesitara identificar a un villano y criminalizarlo, y qué mejor que el pago en efectivo.
Normalmente, se refuerza el objetivo dando como ciertos hechos que distan mucho de la realidad, pensando que si se repite muchas veces una opinión en los medios, esta acabará convirtiéndose en una verdad irrefutable.
En la prensa reciente nos encontramos con “perlas” del tipo: “el efectivo es la pareja de baile perfecta de las bolsas de dinero sin declarar o de la economía sumergida”, “íbamos poco a poco ganándole puntos y de repente hemos dado un salto de años”, “ese comportamiento de pagar con tarjeta y evitar el efectivo se va a quedar”, “durante el confinamiento, en las transacciones que se hacían físicamente, la gente ha preferido pagar con tarjeta y con contactless” (¿había otra alternativa?, ¿se hacía siguiendo alguna recomendación para que así fuera en la desescalada por parte de organismos oficiales?, ¿con alguna base higiénico-sanitaria probada?) o, entre otras, “pagar en efectivo es una incertidumbre total y absoluta” (sin comentarios).
Los defensores del efectivo siempre lo han definido como un medio “complementario” de pago, han dado argumentos para justificar su pervivencia con otros sistemas, han explicado las ventajas que tiene su uso por simple observación de los motivos que mueven a sus usuarios, han entendido normal e incluso beneficioso para la economía que haya una diversificación de sistemas de pago y nunca han caído en la tentación de divulgar las desventajas, inconvenientes y riesgos que conlleva utilizar otros medios de pago distintos del efectivo. Lo anormal es que el uso de la tarjeta o el móvil estén tardado tanto en incrementar su cuota de mercado, a pesar de los avances tecnológicos y de su puesta masiva a disposición de los posibles usuarios.
Sin embargo, las empresas de transacciones electrónicas actúan como un medio de pago “alternativo”, y por tanto en guerra continua con cualquier otro medio de pago que no se encuentre en su cartera de productos. En definitiva, una estrategia de “exclusión”.
Con el COVID-19, de repente, se nos cuenta por todos los medios de difusión posible, de forma reiterativa y hasta cansina, que poco menos que uno de los culpables de la expansión de la pandemia es el billete y las monedas de curso legal, y que el uso de la tarjeta es lo más recomendable.
Considerando que se trata de un error de entendimiento, simplemente eso, se empezó a realizar una acción didáctica de información en sentido contrario, transmitida mediante diversos medios (comunicados, artículos, carta dirigidas a los interlocutores oficiales…).
Tras una cantidad ingente de gestiones en diversos ámbitos, se logró permutar la pena de muerte del pago en efectivo (su prohibición de uso) por una pena menor; esto es, una recomendación de que se minimice el pago en efectivo. Pero de nuevo, sin mayores explicaciones; es decir, como comentaba antes, “aceptar pulpo como animal de compañía” para, por lo menos, poder seguir jugando.
Las empresas de transacciones electrónicas actúan como un medio de pago “alternativo”; por tanto, están en guerra con cualquier otro medio “complementario” que no esté en su cartera de productos
Recomendación sin fundamento
Finalmente se publica la Orden SND/2020/399 (artículo 6.6), aprobada por el Ministerio de Sanidad, en la que se recomienda textualmente “evitar, en la medida de lo posible, la utilización del efectivo”. De esta manera, lo discrimina del resto de medios de pago al seguir presuponiendo, pese a las múltiples explicaciones y documentación que facilitamos, que este favorece (además solo él) la expansión del COVID-19, porque no se nos ocurre otro motivo.
Para evitar males mayores y que esta recomendación sin fundamento técnico alguno se trasladara específicamente a los distintos sectores de actividad (medidas específicas de higiene en restaurantes, hoteles, comercios…), se remitió también a los distintos legisladores autonómicos documentación donde se verifica cómo múltiples organismos internacionales (entre otros, la propia Organización Mundial de la Salud o el Banco Central Europeo) estaban reiterando que, con las adecuadas medidas de higiene, el uso del dinero no conlleva un mayor riesgo de contagio que otros materiales, como el plástico de la tarjeta o el pomo de una puerta, acompañando múltiples argumentos técnicos y científicos que soportan sobradamente esta aseveración.
Lamentablemente, la labor didáctica y de comunicación todavía no ha sido suficiente, ni la nuestra ni la de muchos articulistas expertos. Sin ir más lejos, la última publicación, muy reciente, del Instituto Coordendas de gobernanza y economía aplicada.
Sin variación alguna, empiezan los procesos de desescalada y la recomendación de discriminar negativamente el pago en efectivo sigue vigente, sin tener todavía un solo argumento técnico o científico que lo justifique.
¿Blanco y en botella? Esperemos que no haya que estar atentos para asegurar una competencia leal en beneficio del usuario, donde prime su libertad de elección dentro de un marco legal y no quepan recomendaciones coercitivas. De momento, lo que estamos observando es que se repone bastante más efectivo que el que se recoge y que empiezan a producirse colas en los cajeros para retirar en efectivo los pagos derivados de la aplicación de los ERTE, cuando antes solo hacían cola los pensionistas el día del pago de su pensión. Por algo será.