Quizás no sea del todo adecuado empezar la casa por el tejado, pero algo tan hermoso como «pensar» abre el mundo a la propia voluntad y, si no se altera sobremanera el curso de los hechos, puedo arriesgarme con el permiso de quienes lean estas reflexiones. Hablo al principio del final, que es el impacto que me ha causado el tema desde que llegó a mis ojos el tratado de Sartre sobre lo que somos: cómo nos personifica (nos hace reconocernos como personas) la mirada del otro.
¿De qué estamos hablando?
Podemos conocer la realidad de las ideas o los objetos reales próximos que, como sujetos cognoscentes que queremos ser, llegan a nuestros sentidos, y ser entonces platónicos o aristotélicos. O podemos no conocer, como nos dice Pirrón, o conocer reflejos pero no el noumeno (la cosa en sí), como asegura Kant, o vivir la angustia o, lo que es peor, que la angustia sea la vida, como cuentan Hobbes, Schopenhauer, Nietzsche y Sartre. Pero ya no se trata de que el ser cognoscente, que existe, pueda o no conocer al objeto susceptible de ser conocido si es que éste a su vez existe; el gran drama es que aquel, el «ser», se ha convertido en otro objeto más, y entonces llega la gran deshumanización, y conocer se convierte en un juego de intercambio entre objetos.
No es la posibilidad de que el «ser» conozca (o no) al «no ser». No es que el «no ser» influya en el «ser». Se trata de que el origen y la causa se han materializado en objetos. Y hemos sido los seres humanos los artífices de esta gran deshumanización. Todo queda justificado por el fenómeno de la cosificación. ¿Cobra nuevo sentido la famosa sentencia de Protágoras de que el hombre es la medida de todas las cosas, como base al relativismo? ¿Todo es entonces como lo etiquetamos, incluidos «los otros»? Como defendían los pitagóricos, las cosas a nuestro alrededor son medibles.
Si Descartes dijo que «el fin justifica los medios», Festinger lo formula estableciendo que las decisiones que resuelven nuestras dudas (o disonancias como el las llama) consisten en reformular incluso el contexto para que concuerden con nuestros paradigmas, que a su vez pertenecen a nuestro marco personal. Y así todas las piezas del puzle se van asociando en una gran sinergia.
Cualquiera de vosotros no tiene la violencia como instrumento de venganza, hasta que, quizás, tiene la oportunidad de verse cara a cara con el asesino de su hijo. Terrible. Pero lo real, o lo plausible, es que hay ocasiones en que se muestra la cara de un alma que no se reconoce, porque de su fuente jamás emanaría un agua oscura. Para que no ocurra, tenemos conciencia y valores que la gobiernan. Pero todos nosotros cosificamos más veces de lo que pensamos y a más gente de lo que necesitaríamos.
Seamos ortodoxos y clarifiquemos que no todo está perdido porque, como dijo Pirrón, para qué discutir si «a una razón se le opone otra razón semejante». Quiero decir: no todo el mundo piensa igual, lo cual –afortunadamente– se aplica al asunto que nos ocupa.
Consensuar los términos
Cosificación: consiste en tratar al otro como una cosa, deshumanizándole al quitarle la atribución de ser humano.
- Para Sartre, es imposible escapar del hecho de cosificar al otro: el hombre está condenado a ser libre, pues aparece en la existencia sin una guía, dios, ni ninguna otra cosa o ser que marque el camino, y los objetos e inconvenientes que encuentra en su vida le fuerzan a decidir sin remedio. Pero estas decisiones son, o deben ser, para que adquieran sentido para el que las vive (el «yo»), reconocidas por el otro (los demás); al verles a ellos, nos reconocemos en nosotros mismos, y ellos a su vez se reconocen en «mi yo». Tal intercambio causa la «angustia», pues el final es desconcertante, incierto, siendo inevitable la cosificación por el otro que me mira («el infierno son los otros»). Dirá que la esencia de las relaciones personales es el conflicto. Ya Hobbes proclama que «homo homínidos lupus» (el hombre es lobo para el hombre) y el Leviatán sólo es evitable si el hombre cede a otro (persona o institución) su voluntad, que en el estado de naturaleza le llevaría al exterminio.
- Para Aristóteles, el hombre es un ser social y necesita de la bondad de los demás. Epicuro da valor a los amigos para desarrollarnos a nosotros mismos y Rousseau establece que el hombre es bueno por naturaleza, pero es la sociedad la que le corrompe. El hombre nace bueno y libre. Con el pacto social se impide la proliferación del mal.
Hablemos ahora de «estrategia» e «inconsciente».
Estrategia: únicamente para invitar a la reflexión del lector en el contexto de este artículo, la estrategia tendrá el objetivo de ejercer la manipulación a favor del que la pone en práctica; es decir, (en mi escrito) del operador, resultando de su acción un fin buscado de antemano. La estrategia es pues «la planificación cuidadosa de los pasos y metas sucesivas a acometer y alcanzar en mi objetivo de conseguir lo que el otro me ha de proporcionar».
Inconsciente: aunque otros autores ya hablan del inconsciente o términos que refieren algo semejante, la extensión de su conocimiento se debe a Freud. Forma parte de la primera tópica freudiana sobre la mente humana, junto al consciente (que nos asocia a la realidad) y al preconsciente (o región entre una y otra, conciencia e inconsciencia). Se define como la región desconocida, de acceso vedado a la observación directa, y que condiciona la vida de las personas. Está regida por las pulsiones (o fuerzas) de vida y de muerte, que luchan entre ellas dando lugar a los conflictos mentales.
HUMINT: como cuarto y último elemento del título de estas reflexiones personales, está la actividad de inteligencia humana (HUMINT), que dentro de los medios de obtención de información (a su vez como fase del ciclo de inteligencia) es la relacionada con la proporcionada por las fuentes humanas y/o medio humano (el operador HUMINT o persona que hace el procedimiento de la captura de datos). Una –quizás la principal– herramienta que se utiliza es la entrevista, en las que intervienen dos personas: la que tiene (porque lo sabemos o lo deseamos, o puede que nos sorprenda) los datos informativos que nos interesan porque dan sentido a la tarea encomendada, a la que llamamos «fuente», y otra que recibe, quiere recibir o se sorprende de recibir la (o una) información. Estos matices, quizás un poco farragosos, son fundamentales para arrojar datos a la reflexión y ayudar a decantarnos.
No se me escapa que si la estrategia es una planificación cuidadosa y el inconsciente es difícil de conocer y entender, puede surgir la pregunta: ¿Cómo puedo plantear una «estrategia» que es «inconsciente»? Se trata de una paradoja o incongruencia más, que queda planteada.
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