Enrique Hormigo Julio, APDPE
Enrique Hormigo Julio Director Horcis Detectives

El poder de la palabra

Detectives privados

Con frecuencia me he preguntado por el gran poder de manipulación que tiene la clase política, sea del color que sea, cuyos integrantes utilizan con asombrosa habilidad el lenguaje a su antojo para expresar unas opiniones de las que muchas veces ni siquiera están convencidos. Pero así lo impone la disciplina de grupo por las circunstancias del momento, para, ahora sí, convencer a la horda de votantes que, seducidos por lo que han oído, defenderán con fervor una serie de ideas (disparatadas hasta el momento desde su particular punto de vista) que les han sido inoculadas a conciencia, como si de una fecundación in vitro se tratara.

El político es básicamente un ciudadano que dedica gran parte de su vida y de su tiempo al interés general (esta es la idea en filosofía política, aunque desgraciadamente no siempre es así) y que, como representante de los ciudadanos (en los Estados democráticos, claro está), va a participar en la gestión y administración de los recursos públicos. Lógicamente, cada representante, cada uno de ellos desde su particular ideología (y todos los que participan de esa ideología común, sometidos a una disciplina de grupo que marca las directrices a seguir), tiene entre sus funciones convencer; generar opinión y conseguir que sus votantes, muchas veces con sus voluntades cambiadas –léase manipuladas–, les den el apoyo necesario para hacer realidad ese proyecto en aras del interés común.

La figura del político

Este es el trabajo de un político en un Estado de derecho, como puede ser el nuestro. Se trata de una encomiable labor, aunque lo explique de esta manera tan cruda y en cierto modo altruista, ya que velar por el interés general, sujeto a la atenta mirada de los administrados, muchos de ellos con diferente ideología política, social y económica, hace que ese oficio no esté bien remunerado. El político, en pro de ese interés general, debería gestionar con ética cuantos recursos públicos estén bajo su competencia para hacer una sociedad mejor. Para ello, tiene que convencer –y estar convencido– de que lo que hace es lo mejor que se puede hacer, y utilizar sus palabras con habilidad para conseguir el mayor número de adeptos dispuestos a defender esa idea, logrando incluso un cambio de opinión de quien disiente. Así debería ser la política, pero se trata de una entelequia.

Me da igual el color de quien hable, pero el político en la sociedad actual miente (esto no es nuevo; seguramente al igual que en cuantas sociedades han existido a lo largo de la historia, pero el mero hecho de estar en la era de las comunicaciones hace que estas mentiras tengan un efecto multiplicador). Es cuando menos sorprendente que un acontecimiento o cualquier devenir de la vida pública (que tiene una alta trascendencia para el resto de los administrados para bien o para mal) se cuente, se critique o se vanaglorie de una manera o de la contraria, según lo hagan los integrantes de un partido político o de otro. Aquí ya no interviene «la Política», dicha está con mayúsculas; no está presente la política de Platón –con su lógica evolución– sino la política de Carl Schmitt, mucho más realista y que distingue entre la política de los amigos y de los enemigos. Es la política también vista por Maquiavelo.

El poder de la palabra utilizado para persuadir, emocionar o cambiar la opinión dentro de la sociedad tiene una importante repercusión dentro del mundo real

Se trata, de hecho, de una política bastarda, mediocre e intrusiva por la manipulación que el manipulador, con su oratoria, ejerce sobre el manipulado –el ciudadano–, siendo este último quien, actuando con ignorancia o manifiesta mala fe, en un alarde de esperpéntica imitación de sus adalides políticos, se encargará de propagar por su círculo íntimo (y no tan íntimo, pues las redes sociales dan un flujo continuo de información o desinformación en un efecto multiplicador exponencial) estos bulos, defendiéndolos con vehemencia como ciertos. Y en esto, amigo lector, todos caemos en mayor o menor medida, con independencia de la bandera que enarbolemos, pues en estos asuntos se pone más corazón que cerebro. Esto los políticos lo saben, ejerciendo ese poder de manipulación para convencer en muchas ocasiones, por desgracia, de lo que no es verdad.

Manipulación informativa

Una herramienta muy poderosa con la que cuentan los políticos son los medios de comunicación, que se encargan de presentar de manera sesgada, atendiendo a la ideología de su línea editorial, los distintos acontecimientos políticos o de la vida cotidiana. Un medio de comunicación serio –hay muchos– no miente, pero sí es cierto que puede ocultar información que no le interesa dar o presentar ante la opinión pública de una determinada manera para generar opinión. El principal logro de un medio de comunicación es generar opinión a través de una información veraz, por lo que no es raro ver a nivel internacional que esta opinión difundida y generada pueda llegar a desestabilizar gobiernos. Una vez más, el poder de la palabra, utilizado no solo para instruir, sino también y principalmente para persuadir, emocionar o cambiar la opinión dentro de la sociedad, tiene una importante repercusión dentro del mundo real, y todos, sin excepción, de una u otra manera utilizamos este poder –y somos receptores de él– en nuestra vida cotidiana.

Este poder debería utilizarse para emocionar a quien escucha, para instruirle y motivarle, haciéndole incluso cambiar de opinión, pero sin engañar. Desafortunadamente, esto no siempre es así, pues el engaño es algo consustancial al hombre en sus relaciones interpersonales, que puede llegar a mentir en varias decenas de ocasiones diarias. No quiero hablar en este artículo de la desinformación de las fake news, por las que se difunde de manera intencionada y torticera noticias falsas o engañosas, sobre todo por las redes sociales, y de las que, desafortunadamente, se valen algunos partidos políticos y grupos sociales para intentar desestabilizar o convencer con trápalas y artimañas. Todos ellos, políticos, periodistas y divulgadores de fake news virales –¿influencers?– son profesionales de la comunicación que, en su seducción comunicativa, logran persuadir a un amplio grupo de población.

Hecha esta introducción, quiero referirme ahora a otro grupo de profesionales de la comunicación y de la información que, en su día a día, operan en una doble vertiente. Por un lado, intentando convencer, llevando con el poder de la palabra a su interlocutor por donde le interesa, sin que este siquiera aprecie que recibe ese influjo, y, por otro lado, identificando claramente ese influjo por parte de quien habla, para evitarlo.

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