Si como parece estamos superando los momentos más duros de la pandemia, llega la hora de aplicar el buen hacer de los cánones de los gestores de riesgos, entre ellos los directores y directivos de Seguridad. Esos cánones indican que, una vez superada una crisis, es el momento apropiado para analizar de manera inmediata las mejoras necesarias a aplicar sobre los procesos, medios y sistemas de seguridad de toda índole: físicos, organizativos y humanos.
Ese análisis, siempre que vaya acompañado del máximo rigor en la objetividad y capacidad de crítica, garantiza poder afrontar situaciones futuras similares –ya sean nuevas o rebrotes de la misma– en las mejores condiciones.
No está en manos de los profesionales de la seguridad privada, ni siquiera de la pública, evitar al cien por cien que se repitan afectaciones sanitarias como el coronavirus, pero sí podremos contribuir a minimizar su impacto. De ahí la importancia de ser objetivos y críticos en el análisis de mejoras para minimizar los impactos finales en la seguridad, así como de que las empresas para las que trabajamos los directivos de seguridad presten adecuadamente sus actividades.
No es en absoluto pacífico y unificado el discurso de si la seguridad privada (concretamente los departamentos de Seguridad a cuyo frente hay un director de Seguridad habilitado) ha salido reforzada o no de la pandemia. Estoy convencido de que, en la mayoría de casos, esta figura ha ganado presencia y notoriedad dentro de los estamentos decisorios de las empresas. En los casos en que ya se integraban en esas estructuras resolutorias de alto nivel, su papel ha salido reforzado por las buenas aportaciones que implica su visión transversal de los riesgos y la afectación a los procesos organizativos y productivos de la empresa.
Esto no siempre ha ido acompañado de mayores medios, también es justo reconocerlo; pero lo importante en los momentos críticos de la pandemia era formar parte de los organismos decisorios de las empresas, los que debían acordar las medidas a implantar para minimizar el impacto de la crisis sanitaria. La premisa básica era ganar notoriedad y protagonismo dentro de esos órganos, evitando quedar descolgados y que otros departamentos expusieran lo referente a la seguridad en nuestra ausencia, como ocurre con excesiva frecuencia.
La presencia del director de Seguridad en dichos foros de toma de decisiones –siempre que se demuestren habilidades directivas y relacionales– llevará a posteriores mejoras de todo tipo en la valoración, recursos y organización asignados a su departamento.
El director de Seguridad debe aprovechar la crisis del COVID-19 para salir reforzado, positivizar las dificultades de los momentos negativos para tomar impulso y reconducir la situación hacia situaciones de crecimiento y mejora. A corto plazo, parece difícil sufrir crisis de mayor relevancia que la actual (salvo las económicas que cíclicamente nos toca vivir); positivicemos el momento y aprovechemos el impulso que nos ha dado la pandemia.
Mentalidad del director de Seguridad
Pero para ello debe cambiar la mentalidad de los directores de Seguridad que viven anquilosados en un pasado ya superado, en unos momentos de la historia en los que todo se centraba en la protección física, los vigilantes de seguridad y minimizar el impacto de delitos como robos, atracos o protección de directivos.
Ahora se impone una adaptación urgente al momento digital que vive nuestra sociedad. También se hace precisa la reorganización y reordenación de la seguridad en las empresas, con excesiva frecuencia muy difuminada en multitud de direcciones y departamentos que, cual reinos de taifas, gestionan individualmente aspectos de la seguridad corporativa que debieran tratarse bajo un único prisma y criterio de gestión unificado.
No digo que sea preciso reconducir de inmediato todo a un mismo macro-departamento de Seguridad que pudiera ser el objetivo final de este proceso, sino que, de manera ponderada y sin crear disputas competenciales innecesarias, debe evaluarse esa posible reordenación hacia una gestión centralizada. O, al menos, que lo que se mantenga delegado se rija por un mismo prisma y criterios de gestión de los riesgos y aplicación de medidas correctoras y preventivas iguales en toda la compañía, siempre bajo el paraguas de la Dirección de Seguridad Corporativa y del director de Seguridad a su frente.
En mi actual tarea profesional de consultor de organización estratégica de la seguridad en grandes empresas, cada día me sorprende ver como muchas de ellas, y no precisamente las de menor tamaño, distan mucho de disfrutar de esa gestión unificada. Sin embargo, si esa gestión se rige bajo un mismo prisma y visión transversal, se favorece la mayor eficiencia y eficacia de los recursos empleados en la seguridad, que repercuten sobremanera en la mejora de la ejecución de los procesos operativos que son el core de su actividad empresarial.
Refuerzo normativo
El resurgir de los directores y departamentos de Seguridad debe verse reforzado normativamente por el ordenamiento de seguridad privada, tan dejado en el olvido (no hay mas que ver los años que, aunque redactado, lleva sin publicarse el Reglamento de Seguridad Privada).
El Ministerio de Interior debe perder el miedo a regular un mayor número de actividades obligadas a tener un departamento de Seguridad, en base a los riesgos, tamaño de la empresa, etc.
Esa extrema “prudencia” no se visualiza en otros ministerios que sí están imponiendo figuras relacionadas con diversos aspectos de la seguridad que deben gestionarse globalmente, en lugar de hacerlo sectorialmente por parte de administraciones diferenciadas, lo cual perjudica a la gestión de riesgos.
Esta “dejadez” del Ministerio del Interior está perjudicando a una figura tan importante como la del director de Seguridad, que fue esencial en la génesis del sistema de seguridad privada y que tanto ha aportado en todo momento al bienestar de las entidades en las que desarrolla su función, especialmente durante la crisis sanitaria.
Afrontemos todos (Administración, empresas y los propios directores de Seguridad) la importancia y necesidad de esta figura, logrando disponer de ella en muchos más ámbitos que los actualmente regulados, dado lo mucho que puede aportar en un modelo de gestión global de la seguridad unificando bajo un solo paraguas toda la seguridad corporativa.
No todo debe hacerse obligatoriamente en el tejido empresarial, pero es cierto que los riesgos llevan a esa exigencia cuando su cantidad y repercusión en las empresas, clientes-usuarios o la ciudadanía en general así lo aconsejan.
Conclusión
En definitiva, la crisis sanitaria ha reforzado a los directores y directivos de Seguridad. Las empresas en particular y la sociedad en general han conocido de la importancia de sus funciones y estos han aprovechado el momento para reforzarse, dejando a un lado la figura del director de Seguridad a la antigua usanza, ampliando su campo de actividad a la seguridad integral.
Uno de los retos pendientes e inmediatos del sector es replantear la regulación de la función del director de Seguridad y los departamentos de Seguridad necesarios en cada tipología de actividad de riesgo.
No obstante, lograr todo esto dependerá de la prestancia y adaptación al momento actual del colectivo de directores de Seguridad y de la Administración competente.